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2013Sol de otoño. Mediodía en Buenos Aires. Me siento en el banco de una plaza a esperar. Tengo que hacer tiempo. Recién en dos horas es mi cita con el médico. Es que moverse en Buenos Aires demora tanto tiempo que si tenés dos horas entre una cosa y la otra conviene esperar. El día acompañaba y pensé que el mejor lugar para esperar (y pensar y escribir y observar…) era ese banco de esa plaza. Así que me dirigí hacia allí. Estaba sola. Pero la soledad duró apenas unos minutos. En menos de lo esperado llegaron ellas. Dos chicas adolescentes, con pantalones ajustadísimos, delantal blanco abierto, celular en mano y ojos maquillados, muy maquillados. Esa misma tarde tenían una cita, pero no era con un chico, era con la profesora de Biología. Tenían que rendir el tema «células» (o por lo menos eso inferí de la conversación) pero evidentemente no estaba en sus planes estudiarlo. O, mejor dicho, a lo mejor querían hacerlo, pero el cerebro las traicionaba y solo podían hablar de las células por un minuto o menos, después venían al pensamiento temas más importantes, por lo menos para ellas.
– Ayer dejé al peruano plantado cinco horas. Me quería matar.
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