Nunca digas nunca

«Ser mamá de Tahiel» es la nueva categoría del blog, donde intentaré contar mi experiencia en esta nueva etapa de mi vida: la de ser mamá. ¿Por qué se llama así? Porque el título implica que somos dos personas (él y yo) cada una con su contexto. Yo, en mi contexto, no soy igual a las demás mujeres y él, como Tahiel, no es igual a los demás niños. Por lo tanto, las experiencias serán diferentes (o no…) y, posiblemente, mucho de lo que cuente estará relacionado con los viajes, con el trabajar en casa o con lo inquieto que es Tahiel. Los invito a acompañarme y a compartir sus experiencias.

Son las siete de la tarde. Estoy en Sarajevo, la capital de Bosnia y Herzegovina. Podría estar caminando hacia uno de los miradores de la ciudad para fotografiar el atardecer o, quizás, debería estar en el lugar donde asesinaron al archiduque Francisco Fernando de Austria y a su esposa, episodio que muchos consideran como el que detonó el  inicio de la Primera Guerra Mundial.
Pero estoy en un shopping. En la ciudad solo hay dos, de reciente inauguración, y yo estoy en uno.
No lo puedo creer.
Los shoppings son esos no lugares a los que voy solo si necesito ir por algo puntual. No son lugares que disfruto. Me asfixian. Me suelo sentir físicamente mal. No sé si es la música fuerte que tienen algunos, la cantidad de gente, las luces o todo eso junto, pero no son de mis lugares preferidos. No los desprecio, pero solo los uso ante necesidades y situaciones especiales. Y estaba pasando por una.

Nunca entendí cómo los padres pueden llevar a sus hijos a jugar a un shopping cuando el día es lindo y hay muchas otras opciones para hacer gratis y al aire libre, como pasa en la ciudad de Buenos Aires. (Podría entenderlo si el día es gris y lluvioso). Nunca lo entendí hasta que un día me tocó hacerlo a mí.


Estaba en un shopping de Sarajevo. El motivo era simple. Tahiel necesitaba jugar y hacer algo para su edad. Jugar juega todo el tiempo y con cualquier cosa. Pero necesitaba otra cosa. Hacía varios días que no hacía nada «de nene» y sus pocos juegos se repetían. Siempre buscamos la plaza cercana para que vaya a los juegos o pueda divertirse con la pelota. Pero no todas las ciudades tienen plazas como las conocemos nosotros en la Argentina. Menos en Sarajevo donde casi todos los espacios verdes se convirtieron en cementerios. Además, hoy Tahiel tuvo un día agotador, de esos que lo descuajeringan (a él y a cualquiera). A veces pasa en los viajes, sobre todo si son largos y con bajo presupuesto. Se levantó a las cinco, viajó incómodo, comió mal y estaba fastidioso. Por eso quisimos buscar algo que lo divirtiera, que no sea lo mismo de siempre y que sea para su edad. Lo encontramos en el pelotero.
Esta mini historia que les acabo de contar es solo un ejemplo (y no sé si el mejor, pero justo me pasó hace poco) de la cantidad de veces que decimos algo y, al final, terminamos haciendo otra cosa. Sobre todo en este mundo de la maternidad/paternidad.  ¿Alguna vez se pusieron a pensar la facilidad con la que juzgamos a los demás? ¿Alguna vez se vieron juzgando el trabajo de los padres sin ser padres? Yo sí. Y creo que casi todos en algún momento lo hicimos.

Con un pelotero así yo también me engancho a jugar horas…

pelotero

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Una vez leí en facebook un cartel que me guardé para cuando llegara el momento de escribir sobre este tema. El texto decía:
«Yo ya lo hubiera resuelto».
«Yo lo haría así».
«No sabe controlar ni a sus hijos».
«Yo jamás hubiera hecho eso».

Y termina así:
«Una crianza respetuosa empieza con nuestro ejemplo. Antes de juzgar ofrece tu ayuda o, al menos, una palabra amable»
«Todos somos excelentes padres de los hijos ajenos».

Personalmente hubo pocas veces que dije este tipo de frases. Pero sí dije otras que me juré cumplir y, cuando veía que los padres que yo conocía no las cumplían, pensaba: ¿Cómo puede ser que no lo hagan? No puede ser tan difícil.
Y sí lo es.
Criar un hijo es muy difícil. Y muchas de esas cosas que creíamos totalmente resueltas y que estábamos seguros de que íbamos a hacer de una u otra manea, al final, por diferentes causas, terminamos sin cumplirlas.

padres

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En 2007 estuvimos con Dino en Terrazas de Colón, una hostería en la localidad de Colón, en la provincia argentina de Entre Ríos. Pasamos un fin de semana tranquilo y ameno: leímos, paseamos, charlamos (actividades que desde que nació Tahiel están casi prohibidas). Una tarde, yo estaba en la reposera al costado de la pileta bajo la sombra de una enorme sombrilla mientras leía. En un momento veo que un nene de unos cuatro años estaba corriendo descalzo alrededor de la pileta. Más allá de las altas posibilidades de que se caiga al piso o al agua, lo estaba haciendo sujetando un palo de madera. La mamá, tirada en otra reposera, al sol, no hacía nada. Pasaron unos minutos y yo no podía entender cómo no le decía nada. A lo mejor no lo ve, pensé ilusa. Al poco tiempo, empezó a gritarle «Tomás, dejá de correr. Tomás te vas a caer. Tomás vení acá». Lo repitió unas diez veces, a las cuales Tomás jamás reaccionó. El volúmen del grito iba en descenso, como aflojándose, como relajándose, como diciendo: «si te matás, jodete».
Y siguió tomando sol.
Y Tomás siguió corriendo.
Y yo no lo podía creer.
¿Cómo puede ser que no se levantara y lo agarrara de un brazo y lo llevara derecho a la reposera? ¿Cómo podía estar tan tranquila? ¿No entendía que con decirles las cosas a los chicos no es suficiente? ¡Hay que actuar!
Estos eran mis pensamientos en ese momento.
Hoy, ocho años después, la entiendo.
Es que te agotan tanto y te consumen tantas energías diarias, que llega un momento en que decís: «si querés matarte, matate». Claro que no es conciente y que no es lo que uno desea, pero si no te dan bolilla al principio, si ya le repetiste las cosas varias veces, si ya le cambiaste el foco, si ya hiciste todo lo que «los que saben» dicen que hay que hacer… terminás por desistís.

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«Ser padre es traicionarse todo el tiempo» (me dijo una vez Dino)
En casa no tenemos televisor. No vemos tele. No nos interesa. Usamos la computadora para estar informados, vemos algunas series o películas (mejor dicho, veíamos, antes de que naciera Tahiel) y escuchamos/escuchábamos algo de música. Antes de que Tahiel fuera una realidad criticábamos a los padres que ponían a sus hijos frente al televisor o a la computadora y se dedicaban a hacer sus cosas. Desde que nació Tahiel muchas veces nos vimos en la necesidad de que Tahiel se distraiga un rato con la tele o la computadora. Y lo pusimos delante de la pantalla. Es que si estás las 24 horas con él y la única manera de que puedas hacer algo (desde cocinar o ir al baño hasta responder un mail) es que se distraiga un rato con la pantalla, lo vas a poner frente a la pantalla! Claro que no es lo mismo dejar que mire una o dos horas por día de «pantalla» a que esté cinco-seis horas haciendo eso. Claro que no es lo mimo que mire algún programa o videos de música acordes a su edad a que no lo haga.
Seguimos viendo como algo malo que pase muchas horas frente a la pantalla o que mire cosas que no sean para su edad, pero ahora, que estamos del otro lado, no vemos tan mal usar esa herramienta para tener un poco de paz. Ahora entendemos el contexto. Ahora lo necesitamos. ¿Por qué? Porque simplemente estamos del otro lado. Hablar u opinar desde afuera es muy fácil, pero cuando uno vive lo difícil que se vuelve todo, las cosas cambian. Por eso uno se «vive» traicionando (aunque trate de hacerlo en las cosas menos importantes que antes parecían importantísimas).

En el viaje, muchas veces nos pasó que después de estar todo el día paseando por una ciudad, de ir a la plaza, de correr, de relacionarse con personas, de hacerse el simpático con todo el mundo y de jugar con sus chiches, necesitábamos «bajarle un cambio» y que nos dejara hacer algo a nosotros. ¿Qué hacíamos? Le poníamos algún video de música en you tube y él feliz.
Y acá viene otro tema que a los padres nos suele afectar.
Muchas veces, esas cosas a las que siempre nos negamos y juramos que nuestros hijos nunca harían son cosas que a ellos les encantan. ¿Entonces? Muchas veces terminás cediendo. Cuando yo veo cómo disfruta los programas para chicos que mira en la computadora, cuando veo cómo se ríe, cómo gesticula, cómo baila, no puedo evitar disfrutar y sentirme bien porque está siendo feliz. Está disfrutando de esa actividad. Y lo dejo.
Entonces creo que no debemos sentirnos mal por esa culpa de traicionarnos, lo que debemos hacer es lograr un equilibrio entre lo que nosotros pensamos y lo que ellos disfrutan y, claro, hacer que lo que mira o escucha sea lo más parecido posible a lo que nosotros pensamos que está bien para ellos.

Por todo esto:
Nunca digas nunca (porque lo que digas podrá ser usado en tu contra).

Cuando pienso y escribo todo esto compruebo que lo único que puede sostener a los padres es el AMOR hacia sus hijos. Si ese amor no fuera tan fuerte, tan intenso y tan inexplicable, sería imposible soportar el cambio que implica pasar a ser madre/padre.

 «Aprendemos a ser padres cuando somos abuelos y aprendemos a ser hijos cuando somos padres».

Para finalizar, les comparto un post que me llegó hace poco que podríamos decir que tiene algo que ver con el tema.

13 cosas que no deberían decir nunca los que no tienen hijos a los padres. ¿Qué piensan? (Justo la última se llama como este post)

Gracias por estar del otro lado!

 

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