El amor se construye

«Ser mamá de Tahiel» es la nueva categoría del blog, donde intentaré contar mi experiencia en esta nueva etapa de mi vida: la de ser mamá. ¿Por qué se llama así? Porque el título implica que somos dos personas (él y yo) cada una con su contexto. Yo, en mi contexto, no soy igual a las demás mujeres y él, como Tahiel, no es igual a los demás niños. Por lo tanto, las experiencias serán diferentes (o no…) y, posiblemente, mucho de lo que cuente estará relacionado con los viajes, con el trabajar en casa o con lo inquieto que es Tahiel. Los invito a acompañarme y a compartir sus experiencias.

El cordón umbilical. Eso es lo primero que recuerdo del parto. Grueso, ensangrentado y en espiral. Me sorprendió cuando lo vi colgando delante de mis ojos. Desde que escuché que los bebés se alimentan a través del cordón umbilical mi imagen de esa conexión entre mamá y bebé era fina y débil. Como una soga angosta. Jamás lo pensé como una cadena.
Tahiel lloraba. Mucho y fuerte. Estaba colorado y sucio. Lo colocaron unos minutos en mi pecho y no recuerdo más nada. Vi que la partera puso a Tahiel en los brazos de Dino y desaparecieron los tres por la puerta de la sala. Mi mente estaba en otro lado. No sé bien dónde. Es el día de hoy que me pregunto si fui consiente de lo que pasó en esa sala, ese día y a esa hora.

 

***

Read More»

Nunca digas nunca

«Ser mamá de Tahiel» es la nueva categoría del blog, donde intentaré contar mi experiencia en esta nueva etapa de mi vida: la de ser mamá. ¿Por qué se llama así? Porque el título implica que somos dos personas (él y yo) cada una con su contexto. Yo, en mi contexto, no soy igual a las demás mujeres y él, como Tahiel, no es igual a los demás niños. Por lo tanto, las experiencias serán diferentes (o no…) y, posiblemente, mucho de lo que cuente estará relacionado con los viajes, con el trabajar en casa o con lo inquieto que es Tahiel. Los invito a acompañarme y a compartir sus experiencias.

Son las siete de la tarde. Estoy en Sarajevo, la capital de Bosnia y Herzegovina. Podría estar caminando hacia uno de los miradores de la ciudad para fotografiar el atardecer o, quizás, debería estar en el lugar donde asesinaron al archiduque Francisco Fernando de Austria y a su esposa, episodio que muchos consideran como el que detonó el  inicio de la Primera Guerra Mundial.
Pero estoy en un shopping. En la ciudad solo hay dos, de reciente inauguración, y yo estoy en uno.
No lo puedo creer.
Los shoppings son esos no lugares a los que voy solo si necesito ir por algo puntual. No son lugares que disfruto. Me asfixian. Me suelo sentir físicamente mal. No sé si es la música fuerte que tienen algunos, la cantidad de gente, las luces o todo eso junto, pero no son de mis lugares preferidos. No los desprecio, pero solo los uso ante necesidades y situaciones especiales. Y estaba pasando por una.

Nunca entendí cómo los padres pueden llevar a sus hijos a jugar a un shopping cuando el día es lindo y hay muchas otras opciones para hacer gratis y al aire libre, como pasa en la ciudad de Buenos Aires. (Podría entenderlo si el día es gris y lluvioso). Nunca lo entendí hasta que un día me tocó hacerlo a mí.

Read More»

12 meses (o 15 o 16 o 18…)

«Ser mamá de Tahiel» es la nueva categoría del blog, donde intentaré contar mi experiencia en esta nueva etapa de mi vida: la de ser mamá. ¿Por qué se llama así? Porque el título implica que somos dos personas (él y yo) cada una con su contexto. Yo, en mi contexto, no soy igual a las demás mujeres y él, como Tahiel, no es igual a los demás niños. Por lo tanto, las experiencias serán diferentes y, posiblemente, mucho de lo que cuente estará relacionado con los viajes, con el trabajar en casa o con lo inquieto que es Tahiel. Los invito a acompañarme y a compartir sus experiencias.

Son las 4 de la tarde. El día está soleado, pero fresco. Yo camino algo apurada con Tahiel en el cochecito. Es que estoy llegando tarde al gastroenterólogo y conseguimos este sobreturno antes de irnos a nuestro primer viaje largo en familia (#europamagica2015).
Mientras cruzo un túnel, escucho la conversación de dos chicas que caminan delante de mi. Una lleva una bicicleta. Las dos tienen mochila. Deberán tener alrededor de 28-30 años.

–No me veo teniendo un hijo, alguien que depende de vos todo el tiempo. Yo ahora hago lo que quiero. –le dijo una a la otra.
–Yo tampoco. Mis amigas del secundario tienen casi todas y se viven quejando.
Después dicen que es un amor terrible, pero no paran de quejarse. –remata la que va en bicicleta.

Yo trato de acelerar el paso para escucharlas más. Es un tema que me interesa. Igual, mucho no me cuesta porque hablan fuerte.

–¿Para qué traer más chicos a este mundo si está lleno? ¿con todos los quilombos que hay?
–¡Tal cual! Yo estoy bien así. Lo único es la edad… El tema es si después me arrepiento, ¿no?
–Yo no pienso arrepentirme. ¡Estoy tan bien así! A veces pienso que ni novio quiero tener.

Ellas siguieron hablando. Yo doblé hacia la derecha y apuré más el paso. Llegaba tarde. En esos últimos metros hasta entrar al consultorio me acordé de este post que empecé a escribir hace cuatro meses (lo corrijo ahora, la decima cuarta vez que lo retomo, lo empecé hace seis meses). Sí, mi intención era hacerlo el día en que Tahiel cumplía un año y yo cumplía 12 meses de ser, o de intentar ser, mamá.
Pero nunca pude terminarlo. Siempre había otras prioridades.
Sin embargo, escuchar esa conversación me identificó tanto que necesité retomarlo. Me escuché a mi misma hace unos años. Y me acordé que el post lo había empezado así:

Read More»

Mandela y Johannesburgo

Nota publicada en la revista Rumbos del 5 de enero de 2014.

La muerte de Nelson Mandela recuerda, inevitablemente, su constante e importante lucha contra la política del apartheid. A pesar de que la misma finalizó oficialmente en 1994, una simple mirada y recorrida por las calles de Johannesburgo, la ciudad más poblada del país, nos hacen caer en la cuenta de que la separación entre negros y blancos persiste. Puede tener más matices, puede haber grises, pero se percibe en el día a día. Se hizo mucho, pero todavía quedan surcos en el camino.

“Te vas a dar cuenta sola, cuando en la calle hay muchas personas y movimiento es un barrio de negros, cuando en la calle solo ves autos, es un barrio de blancos”, me dice Hanneke mientras viajamos en su camioneta desde el aeropuerto internacional de Johannesburgo hasta su casa y ante mi pregunta sobre el  tejido urbano que veo desde la ventanilla del vehículo. Hanneke  vive en un barrio de Randburgo, uno de los distritos más lujosos en lo que podríamos llamar los suburbios de la ciudad. Pero hablar de suburbios en Johannesburgo no es lo mismo que hacerlo en relación a otras ciudades.

Pueden leer la nota completa en la revista Rumbos, en este link.

 

 

Tus ojos

Tus ojos grandes y negros me miran. Mejor dicho miran la cámara. Hay algo que les llama tu atención. ¿Qué será?
Estás cómoda en la espalda de tu mamá. Ella no sabe lo que estás haciendo. Tiene la atención en otra parte.
Alrededor tuyo la gente va y viene preparándose para un ritual. Son las ofrendas a Pascual Abaj, en Chichicastenango, Guatemala. Un ritual al que vos deberás sumarte, aunque no quieras. ¿O podrás revelarte?
Mientras vos mirás fijo hay otro señor que hace lo mismo. Parece que mi presencia lo incomoda en su tarea. Tiene dos vasos con algún líquido sobre la cabeza de otras personas. Ellas están arrodilladas. Tú mamá observa. ¿Será la próxima en entregarse a sus poderes?
Toda la escena llama mi atención.
Pero prefiero quedarme con tus ojos.

Chichicastenango, Guatemala.

Chichicastenango, Guatemala.

Estás ahí

(Foto + epígrafe)

Varanasi, India.

Varanasi, India.

Tus brazos están tensos. Hacen fuerza. Entre tus manos se retuerce una tela roja. Una tela que cubrirá alguna parte de tu cuerpo. Solo una.

Estás en un lugar sagrado. Sagrado para vos, que sos hindú. Parece que estás solo y calmo, pero ese lugar, en las escalinatas del río Ganges, en Varanasi, es uno de los espacios más sucios, coloridos y concurridos de India.
A veces, las fotografías no muestran todo.

Estás mojado. A pesar de que el Sol apenas se asomó hace unos minutos, ya te sumergiste. Te purificaste. Tu piel gastada por el tiempo cumplió con uno de los rituales: bañarse en el Ganges. Debe ser el único río en el mundo que con semejante grado de contaminación, purifica. ¿Por qué necesitarás purificarte?

Estás casi desnudo.

Estás flaco. ¿Será por la pobreza? ¿O simplemente será tu contextura física?

Estás viejo. Tu pelo y tu barba, extensa y blanca, lo dicen.
Pero te percibo fuerte.
¿Será la purificación?

 

Este texto es un ejercicio del taller de crónica periodística de la Universidad Orsai, dictado por Josefina Licitra.

René Lavand, el ilusionista

(Semblanza)

A los nueve años, cuando los festejos de carnaval se vieron interrumpidos porque un auto lo atropelló y le aplastó el brazo derecho, Héctor René Lavandera jamás se imaginó que iba a convertirse en René Lavand, uno de los ilusionistas más reconocidos del mundo en la actualidad.
Hombre de ochenta y cinco años, con su brazo derecho ortopédico, aprendió a superar el accidente de los nueve y no dejó que su condición física se interpusiera entre él y su pasión por la magia.
Magia para todos, menos para él que prefiere la palabra ilusionismo. Es la primera aclaración que te hace. Parece como si quisiera dejar en claro quién es el que manda. Igual, aunque quiera mostrar su costado más duro, no siempre puede. La edad suele hacer estas cosas con los hombres. “Aunque si vos querés, podés usar magia”, nos dice después de ver nuestros intentos truncos por reemplazar esa palabra en cada frase.

Read More»