Si los bancos de las plazas hablaran…

Sol de otoño. Mediodía en Buenos Aires. Me siento en el banco de una plaza a esperar. Tengo que hacer tiempo. Recién en dos horas es mi cita con el médico. Es que moverse en Buenos Aires demora tanto tiempo que si tenés dos horas entre una cosa y la otra conviene esperar. El día acompañaba y pensé que el mejor lugar para esperar (y pensar y escribir y observar…) era ese banco de esa plaza. Así que me dirigí hacia allí. Estaba sola. Pero la soledad duró apenas unos minutos. En menos de lo esperado llegaron ellas. Dos chicas adolescentes, con pantalones ajustadísimos, delantal blanco abierto, celular en mano y ojos maquillados, muy maquillados. Esa misma tarde tenían una cita, pero no era con un chico, era con la profesora de Biología. Tenían que rendir el tema «células» (o por lo menos eso inferí de la conversación) pero evidentemente no estaba en sus planes estudiarlo. O, mejor dicho, a lo mejor querían hacerlo, pero el cerebro las traicionaba y solo podían hablar de las células por un minuto o menos, después venían al pensamiento temas más importantes, por lo menos para ellas.

– Ayer dejé al peruano plantado cinco horas. Me quería matar.

aaaaaaaaa (después de cada frase, inevitablemente, estiraban una «a» eterna acompañada con una sonrisa enorme y un cruce de miradas cómplices)

– Llamalo, boluda! No lo vas a cagar!

aaaaaaaaaa

– Pero sabe que le metí los cuernos…

aaaaaaaaaa

– Volvamos a las mitocondrias, ¿Qué eran?

– A ver, acá lo dice (mientras busca entre algunos apuntes). Son las encargadas de suministrar la mayor energía necesaria….

– ¿Posta salimos mañana?, interrumpe la lectura sobre las mitocondrias. Dale, vamos a escabiar, copate.

– Sí, boluda, me copo, tenemos que ver cómo nos escapamos de casa, que le invento a mi vieja.

aaaaaaaaaa

– Pasate por casa a las 12, le decimos que vamos a hacer un trabajo práctico.

aaaaaaaaaaa

– Procariota, eucariota y ¿cuál era la otra? ¿Había otra, no?

– No me acuerdo

– Yo bailo siempre con amigas, si no tuviera novio me subiría el escenario. El otro día se subieron dos pibitas y se quedaron en bolas, se sacaron toda la ropa mientras bailaban. Una «mini zorra», dijo un amigo.

aaaaaaaaaaa

– ¿Me dijiste que iba a tomar el microscopio?

– Sí, en el tema 1.

– Que me toque el tema 2! Mi vieja quiere que me saque un 10.

aaaaaaaaaaaaa

– La profe dijo también que nos iba a tomar dos trabajos prácticos.

– ¿Quiero ir a comer a Mac Donalds?

– ¿Posta? Dale, vamos mañana.

aaaaaaaaaaaaa

– Bueno, ahora entremos al colegio.

Entremos.

Y se fueron. Y volvía a quedar sola otra vez bajo el sol del otoño porteño. Ante semejante diálogo no pude contener mi instinto y saqué mi libreta. Traté de tomar nota con el mayor detalle posible de la conversación. Mis manos no daban a basto. Cuando se fueron sentí un vacío. Inevitablemente me puse a pensar. No quería pensar en lo que había escuchado, porque me iba a llevar directo y sin frenos a pensamientos tristes que no tenía ganas de tener ese día. Pensar en lo mal que está el país, la educación, la adolescencia, en lo mal que funcionan las instituciones… no era para ese día. Hay días en que estamos mejor preparados para esos pensamientos que nos angustian. Ese no era el día. Era un día demasiado otoñal, demasiado soleado y me había enterado de una noticia demasiado linda como para angustiarme por cosas que no tengo a mi alcance resolver. Así que preferí pensar en los bancos de las plazas. ¿Cuántas historias de este tipo escucharán por día? ¿Cuántos amores y desamores? ¿Cuántos proyectos? ¿De cuántos sueños y promesas serán testigos todos los días? Me invadió una sensación rara. Pensar que estaba sentada sobre un lugar que contenía miles de secretos, sueños, historias, peleas… ¿Y si pudieran contarlas? Posiblemente podrían escribir un libro…. Si los bancos de las plazas hablaran…

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