Crotto: la manía de saludar

“Quiero volver al campo”, me dice Sandra, desde el otro lado de la cerca que separa su casa de la “calle” y de un hermoso jardín con flores coloridas que ella misma plantó. Miro a mi alrededor e, ingenua, le digo: “pero si estamos en el campo”. Claro, desde mi concepción citadina, Crotto, un pueblo de algo menos de 200 habitantes, en el que las casas se encuentran a dos cuadras de distancia unas de otras y donde la tranquilidad y el silencio se adueñan de las horas, Crotto es el campo. Pero ella, con una sonrisa cómplice me cuenta que cuando era chica se crió en el campo. “Estábamos solos, con mis papás y mis hermanos. Yo aprendí a criar gallinas y a ordeñar vacas. Eso es el campo. Allá no hay nadie. Ahora soy la bibliotecaria y me encargo de cuidar las flores y plantas de la plaza del pueblo. Siempre hay algún joven que las destruye”.

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Mientras la escucho, varias reflexiones distraen mi atención. En seguida pienso en las definiciones de «lo urbano» o «lo rural» que solemos utilizar en geografía social. Casi ninguna tiene en cuenta la subjetividad de quien vive en esos lugares. Para mí, Crotto es sin dudas un espacio rural, tiene todas las características que siempre se le atribuye a esos lugares: poco espacio construido, mucha naturaleza, pocos habitantes, actividades primarias, tranquilidad y, últimamente, una estación de tren abandonada. Esto último tiene mucha importancia en la vida de los pueblos, la tuvo en el pasado e, inevitablemente, también la tiene en el presente. Es que desde finales del siglo xix hasta principio del siglo xx, cuando la Argentina estaba en el auge de su modelo económico agroexportador, mediante el cual se insertó como proveedor de materias primas para los países industrializados, el ferrocarril fue el motor de ese modelo y el colonizador de las tierras internas del país. Los trenes permitían el traslado de los productos primarios desde las provincias hasta el puerto de Buenos Aires, por donde se exportaban. A esto se debe la forma en “abanico” que presenta el trazado ferroviario en el país. En su camino, el tren iba “fundado pueblos”. Si bien no los fundaba, literalmente hablando, era el motor de su desarrollo y, muchas veces, el causante de su fundación. Así, en cada estación, con su típico cartel hoy abandonado, se anunciaba el nombre del pueblo. A partir de ella, la dinámica del crecimiento comenzaba sola: las personas llegaban y salían del pueblo, recibían las materias primas y los productos elaborados que necesitaban para producir y vivir, llegaban las cartas y las encomiendas y era el vínculo que sus habitantes tenían con la ciudad y el mundo. Pero todo se derrumbó en unos años. En la década de 1990, el modelo neoliberal vigente y las privatizaciones produjeron el cierre de la mayoría de estos ramales porque no eran rentables. Claro que la rentabilidad no tiene en cuenta la vida de las personas. Así que, poco a poco, las estaciones fueron cerrando y los pueblos quedaron aislados. Algunos resistieron, pero la mayoría perdió mucha población que migró en busca de oportunidades laborales en otros pueblos o ciudades. Crotto no escapó a este proceso. Su estación está abandonada y la cantidad de habitantes disminuyó en las últimas décadas.

Sandra seguía contándome sobre su infancia y el lugar donde nació, mientras cada tres o cuatro minutos levantaba la mano y saludaba a alguien que pasaba. Primero un camión. “Ese lleva la faena a Buenos Aires, la retira de una estancia que queda a unos 15 km de acá” (Ahí recordé que en el campo todo se mide en kilómetros). Después una F100.  “Ese es el hermano del dueño del almacén”. “Esa señora es la directora del colegio”. Y así, me fue presentando a todos los vecinos y sus actividades cotidianas. Algunos pasaban en sus autos viejos, camiones o camionetas. Otros iban caminando con paso tranquilo. Algunos saludaban desde lejos. Otros, se acercaban a la cerca llena de flores de la casa de Sandra. Estos últimos, además de saludar, tenían otra intención: cargar nafta. Es que Sandra y su esposo, también venden combustible. Su casa es la estación de servicio de la zona. No hay ningún cartel que lo indique, pero la gente del pueblo y del campo lo sabe bien. Y así es como detrás de ese hermoso jardín Sandra tiene un galpón  con bidones de combustible para alimentar a los viejos (y no tanto) vehículos que atraviesan los caminos de tierra cercanos. Pero la casa de Sandra esconde otras historias. Mientras nuestra charla avanza, ella le pide a Mateo, su hijo de 10 años, que me lleve al “fondo”. Yo creía que el fondo era el lugar donde se vendía la nafta. Pero no, había «otro» fondo. Un espacio enorme, un tanto abandonado, que funcionó como el primer almacén de ramos generales de Crotto. Allí, no sólo se abastecía a la población local de todo lo necesario para vivir, sino que además se realizaban las fiestas del pueblo, ya que hasta contaba con espacio para la orquesta. Todavía eso permanece oculto y cerrado al público. Su hija Nair lo utiliza como salón de juegos sin saber la importancia histórica que encierra ese lugar. Cuando sea grande podrá decir: “yo jugaba con las muñecas en lo que era el primer salón de fiestas del pueblo de Crotto”.

A medida que recorríamos su casa, Sandra seguía saludando. No dejaba de hacerlo nunca. Saludaba a través de las ventanas. Creo que podría afirmar que es una de las principales actividades del pueblo. Y mientras los saludos se cruzaban, entre mí pensaba: ¿cómo puede ser que haya tanta gente para saludar? La verdad es que en mi ciudad no se saluda mucho.  La gente más bien se escapa del otro, le tiene un poco de miedo. Apenas se saludan los vecinos y los saludos son un poco selectivos. No se saluda a todos. Se saluda a algunos. En Crotto esa discriminación no existe. Acá pareciera obligatorio saludar. ¿Tendrá algo que ver con la época de los trenes, en la que cada vez que llegaba un tren la gente se acercaba a saludar y a recibir ansiosa lo que el tren traía?

Entre saludo y saludo, y entre conversaciones e historias, empecé a sentirme en otro mundo, en el de Sandra y en de Crotto. Un mundo donde pareciera que la manía es saludar. ¿Sería lindo un mundo así, no? Igual, siempre recuerdo que cada persona y cada lugar es un mundo. Y vale conocerlos y descubrirlos a todos.

Nair.

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Sandra y Nair.

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 Sandra, Nair y Mateo.

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Mateo buscando zapallitos en la huerta del «fondo».

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Sandra mostrándome su huerta.

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Algunas imágenes de la casa de Sandra.

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El «otro» fondo de la casa de Sandra. En orden de aparición: antiguo almacén, salón de fiestas con escalera hacia donde se ubicaba la orquesta, salón principal y rincón de juegos de Nair. 

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Sandra vendiendo nafta.

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