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2013Los argentinos no estamos preparados para afrontar ninguna situación de desastre natural. Tampoco de otro tipo de desastres… pero eso es otro debate. Las inundaciones ocurridas la semana pasada en la Ciudad de Buenos Aires, en algunos partidos del Gran Buenos Aires y en la ciudad de La Plata dejaron de manifiesto esta incapacidad.
Solidaridad. Sí, mucha. En algunos casos, en muchos, fue sincera. En otros, en cambio, fue intencional. El objetivo último no era ayudar, sino mostrar que «estoy ayudando». Cosa que, debo confesar, me llenó de tristeza. ¿Cuándo nos daremos cuenta como pueblo de que no podemos seguir anteponiendo lo individual a lo social si queremos que la cosa funcione? Pero ese es otro debate.
Desorganización. Sí, mucha. Ante la inoperancia de los políticos muchas personas salieron a ayudar como podían y, en esa desesperación por hacer algo por el otro, pero sin saber muy bien qué ni cómo, se generan las peores desorganizaciones. Pero la culpa no es de la gente que salió con sus autos a repartir comida y frazadas hasta los barrios más alejados de la ciudad y a los que los medios decían que eran “impenetrables”; la culpa no es de los cientos de adolescentes que se mandaron a las calles a ver qué podían hacer; la culpa no es de los representantes de las organizaciones sociales que trataban de organizar la ayuda; la culpa no es de los que, como algunos de nuestros amigos, daban información a través de las redes sociales para saber a dónde llevar las donaciones o a dónde hacían falta unos brazos. La culpa es, otra vez, de los políticos que no implementan programas serios y a largo plazo. Y ni siquiera estoy hablando de obras de infraestructura que, por supuesto, deberían estar hechas y no lo están. Estoy hablando de programas de capacitación para que la gente sepa cómo actuar ante un desastre natural.
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