No estamos preparados

Los argentinos no estamos preparados para afrontar ninguna situación de desastre natural. Tampoco de otro tipo de desastres… pero eso es otro debate. Las inundaciones ocurridas la semana pasada en la Ciudad de Buenos Aires, en algunos partidos del Gran Buenos Aires y en la ciudad de La Plata dejaron de manifiesto esta incapacidad.

Solidaridad. Sí, mucha. En algunos casos, en muchos, fue sincera. En otros, en cambio, fue intencional. El objetivo último no era ayudar, sino mostrar que «estoy ayudando». Cosa que, debo confesar, me llenó de tristeza. ¿Cuándo nos daremos cuenta como pueblo de que no podemos seguir anteponiendo lo individual a lo social si queremos que la cosa funcione? Pero ese es otro debate.

Desorganización. Sí, mucha. Ante la inoperancia de los políticos muchas personas salieron a ayudar como podían y, en esa desesperación por hacer algo por el otro, pero sin saber muy bien qué ni cómo, se generan las peores desorganizaciones. Pero la culpa no es de la gente que salió con sus autos a repartir comida y frazadas hasta los barrios más alejados de la ciudad y a los que los medios decían que eran “impenetrables”; la culpa no es de los cientos de adolescentes que se mandaron a las calles a ver qué podían hacer; la culpa no es de los representantes de las organizaciones sociales que trataban de organizar la ayuda; la culpa no es de los que, como algunos de nuestros amigos, daban información a través de las redes sociales para saber a dónde llevar las donaciones o a dónde hacían falta unos brazos. La culpa es, otra vez, de los políticos que no implementan programas serios y a largo plazo. Y ni siquiera estoy hablando de obras de infraestructura que, por supuesto, deberían estar hechas y no lo están. Estoy hablando de programas de capacitación para que la gente sepa cómo actuar ante un desastre natural.

En la teoría social del riesgo se plantea que el riesgo de que una población se vea afectada por un fenómeno natural, en este caso las abundantes lluvias, no sólo depende de las posibilidades de que ese fenómeno natural ocurra sino también de las características de la población que la hacen más o menos vulnerable. Entre esas características se tienen en cuenta:

  • El lugar donde se asientan las personas. Si las personas construyen sus casas en las zonas inundables (o el gobierno les otorga terrenos bajos para que las construyan allí) tienen mayores posibilidades de que una inundación las afecte.
  •  La infraestructura con que cuenta el lugar. En este caso, las ciudades o los sectores de las ciudades que no tienen la infraestructura adecuada para soportar las lluvias serán los más afectados. El tema es que estas obras hay que planificarlas y hacerlas antes de que los desastres ocurran. Para eso, los gobiernos tienen que evaluar las situaciones y actuar en consecuencia. Siempre tenemos que esperar que ocurran tragedias para que los gobiernos actúen (y a veces, ni así).
  •  La capacidad de respuesta del gobierno para restaurar la situación luego de la catástrofe. Evidentemente, si las cosas estuvieran bien hechas desde el principio (en este caso, las obras de infraestructura adecuadas) todo sería más fácil después. Obviamente que ningún  gobierno está exento de que durante su mandato ocurran estos desastres, pero el tema es cómo está preparado para actuar ante el problema.
  •  La información y el conocimiento previo de cómo actuar por parte de la sociedad afectada.

Y en este último punto me quiero detener. Lamentablemente, en los últimos años han ocurrido varias catástrofes (no solo naturales) ante las cuales la gente solo quería ayudar pero no sabía cómo hacerlo y terminaba complicando el trabajo de quienes querían o podían organizar algo. Esto se soluciona muy simple. En todos los colegios debería haber una materia que enseñe primeros auxilios y primeras acciones ante situaciones de catástrofe. Además, para los que ya terminamos el colegio, debería haber simulacros y charlas informativas para saber cómo actuar ante determinado fenómeno. La gente no sabe ni qué hacer ante un corte de luz.

En cada ciudad o barrio debería haber encargados de tomar las decisiones ante una emergencia y debería haber lugares establecidos a los que acercar donaciones u ofrecer brazos para trabajar. Como se hace en algunas empresas, en las que se estipula quién es el encargado por piso de dar las órdenes de evacuación ante un desastre y todos saben a quién seguir y qué hacer en el lugar donde están. No digo que con esto se vayan a evitar muertes (aunque podría ser) ni que es la solución ideal a todos los problemas, pero estoy segura de que si las personas hubieran sabido cómo organizarse y actuar en las inundaciones de La Plata no estaríamos leyendo las barbaridades que estamos leyendo sobre los que quisieron ayudar y no los dejaron, sobre los que no sabían a dónde llevar las donaciones o sobre los que recibían órdenes contradictorias.

En algunos países que, debido a su situación geográfica, presentan mayor riesgo de sufrir los efectos de, por ejemplo, un terremoto, las autoridades organizan simulacros, hay centros de atención establecidos por si se llega a producir un temblor, los chicos en los colegios estudian qué deben hacer y a quién deben recurrir, las calles tienen carteles indicativos sobre el lugar de los refugios, etcétera. No pido tanto para nuestro país porque quedan muchas cosas por resolver antes de dedicar esfuerzos en esto… ¡pero deberíamos empezar por algo!

Evidentemente nos queda mucho por aprender como sociedad. No estamos preparados. Lástima que siempre nos demos cuenta cuando lamentamos víctimas fatales.

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